No ha tenido suerte Satán con los artistas que han intentado retratar su obra. A diferencia de la belleza divina, que cuenta con un auténtico ejército de lacayos y pelotas cuyo dominio de las artes pictóricas y escultóricas (Botticelli o Miguel Ángel sin ir más lejos) es innegable, la obra de Satán ha sido en general pasto de dementes y chalados cuyo concepto de la estética rivaliza con el del más hortera de los maestros falleros valencianos o de los arquitectos gallegos. Aunque quizá sean esos los dos ejemplos más característicos de arte satánico de los que disfrutamos en España. En cualquier caso, al grano: las siguientes son las diez obras que mejor han retratado (según el que esto escribe) el MAL con mayúsculas.
El jardin de las delicias de El bosco
Las obras más conocidas de El Bosco, y muy especialmente los tres paneles que componen El jardín de las delicias, han quedado reducidas a nivel popular a una especie de ¿Dónde está Wally? del arte pictórico. Hay más información, personajes, simbolismos y detalles delirantes en un solo centímetro cuadrado de un cuadro de El Bosco que en la obra completa de muchos otros artistas (contemporáneos y no tan contemporáneos) suyos. O dicho de otra manera: con las ideas que El Bosco plasmaba en un solo panel otros muchos habrían tenido suficiente para la obra de una vida entera. El panel derecho de El jardín de las delicias, que representa un paisaje infernal en el que el hombre ha sucumbido finalmente a todas las tentaciones, es singularmente atroz. Esas orejas-tanque con una daga por cañón que recorren el paisaje aplastando seres humanos a su paso, ese gigante en forma de huevo roto que gira la cabeza en dirección al espectador y sobre cuya cabeza un engendro indeterminado toca un instrumento musical fabricado sin duda alguna en el pozo más oscuro del infierno, ese pájaro antropomorfo con los pies metidos en ánforas y una marmita por sombrero que devora a un hombre de cuyo culo salen golondrinas… El material del que están hechas las peores pesadillas.
2. Lo stregozzo (Marcantonio Raimondi y Agostino Veneziano, aprox. 1520)
Este grabado renacentista lo tiene todo. Una bruja a lomos del esqueleto de un animal mitológico desconocido que es arrastrado por dos titanes. Cabras. Más esqueletos de animales mitológicos, a cuál más delirante. Los patos que huyen despavoridos al paso del carrusel demoníaco. Los niños secuestrados por la bruja y cuyo destino no parece muy halagüeño que digamos. El querubín que les abre paso a todos a lomos de una cabra mientras toca una especie de trompeta psicotrópica. En 1520 no se conocía el LSD pero de alguna manera, y no me pregunten cuál, conseguían reproducir sus efectos.
3. Satan exulting over Eve (William Blake, 1795)
A William Blake le debemos la imagen gráfica de Satán como un héroe romántico (la literaria se la debemos a John Milton), una visión muy alejada de su imagen como macho cabrío heredada de la iconografía asociada al dios Pan de la mitología romana. La filosofía de Blake es demasiado compleja como para liquidarla en dos frases y en un artículo de este tipo, pero digamos que su concepto de Dios y del pecado no era precisamente el ortodoxo. De ahí que el satanismo haya intentado apropiarse de Blake y de su obra basándose en frases como «Él es el único Dios… y también lo soy yo, y también lo eres tú» o «La prudencia es una vieja, fea y rica solterona cortejada por la incapacidad».
4. El aquelarre (Francisco de Goya, 1797-1798)
Aunque no es el cuadro más aterrador de Goya (ese honor hay que reservárselo a Vuelo de brujas, Saturno devorando a un hijo o Dos viejos comiendo sopa) El aquelarre es la obra dedicada a la brujería más conocida de Goya. Lo cual es mucho decir teniendo en cuenta la conocida obsesión Goya por las brujas, muy seguramente influenciado por su amigo Leandro Fernández de Moratín. En el cuadro puede verse a un puñado de mujeres entregándole a Satán, que ha adoptado la forma de un macho cabrío (el Gran Cabrón), los niños con los que se supone que se alimentaba este. Pero lo que convierte el cuadro en aterrador es la mirada vacía y perdida, casi catatónica, de Satán. Si alguien me pidiera que le explicara el significado de la palabra «inquietante», le llevaría al Museo Lázaro Galdiano de Madrid y le enseñaría este cuadro y ESA mirada.
5. La Ronde du Sabbat (Louis Boulanger, 1828)
Louis Boulanger dibujó esta litografía para ilustrar uno de los poemas de Odas y baladas de Victor Hugo. La composición es aterradora: un magma informe de brujas, demonios, homúnculos, caballos y serpientes cae a borbotones del techo de la catedral y se arremolina alrededor de Satán, que ha adoptado la forma de un cardenal con cuernos de macho cabrío. A su alrededor, un puñado de monjes casi tan terroríficos como los de El nombre de la rosa sostiene antorchas y lee un libro indeterminado cuyo contenido, se supone, no augura nada bueno. De ahí el nombre de la obra, que en español vendría a ser algo así como El corro del aquelarre. Intuyo que el concepto es prácticamente imposible de trasladar a imagen real, pero el director de cine que lo consiga tendrá mi admiración ad infinitum.
6. Satanás (Jean-Jacques Feuchère, 1833)
El Satanás de Jean-Jacques Feuchère es una de las obras más conocidas de eso que los franceses llaman romantisme noir (romanticismo negro), aunque puestos a buscarle un origen a ese supuesto movimiento artístico habría que hacerlo más bien en Inglaterra. Por supuesto a raíz de John Milton, pero también de Ann Radcliffe y Mary Shelley, entre muchos otros. La escultura, de bronce, mide casi ochenta centímetros de alto y muestra a un Lucifer pensativo envuelto en unas gigantescas alas membranosas muy similares a las de los murciélagos.
7. Me miserable! Which way shall I fly, infinite wrath, and infinite despair? (Gustave Doré, 1866)
Buena parte de la iconografía demoníaca moderna surge del poema de John Milton El paraíso perdido, publicado por primera vez en 1667. El paraíso perdido describe la caída de Adán y Eva por obra de Lucifer, que pretende vengarse de Dios a través de su obra más querida, el ser humano. Decenas de artistas de todas las épocas han ilustrado la obra maestra de Milton con desigual suerte, pero quizá sea Gustave Doré el que mejor supo captar la atmósfera atormentada del poema (que no por casualidad está considerado como una de las obras maestras de la literatura universal). De todas las láminas que creó el artista francés para El paraíso perdido, mi preferida es esta, que retrata el momento de la caída de Satán a la Tierra, expulsado por Dios de la corte celestial.
8. Fuente del ángel caído (Ricardo Bellver —ángel— y Francisco Jareño —pedestal—, 1877)
Dice la leyenda (nadie se ha puesto a contarlos en serio) que El ángel caído del Parque del Retiro madrileño es uno de los cuatro únicos monumentos dedicados a Satán en todo el mundo. Los otros tres son la escultura de Lucifer en el Monumento al Traforo del Frejus, en Turín; el Poder Brutal o El diablo de Tandapi, de veinte metros de alto, localizado en una carretera comarcal ecuatoriana; y el conocido Prometeo del Rockefeller Center de Nueva York, una figura mitológica griega cuyo equivalente cristiano es, obviamente, Lucifer. Dicen también que la estatua de El ángel caído se encuentra exactamente a 666 metros sobre el nivel del mar, lo cual no tiene nada de raro porque la altura media de Madrid es de 655 metros y la estatua mide diez metros de alto (las probabilidades eran bastante altas). Pero que las matemáticas no nos arruinen una bonita leyenda y especialmente si esta tiene tintes satánicos.
9. La puerta del infierno (Auguste Rodin y Camille Claudel, 1880-1917)
La puerta del infierno es un conjunto escultórico de más de seis metros de alto, cuatro de ancho y uno de profundidad en el que Rodin esculpió casi ciento ochenta figuras. Y entre ellas, El pensador y El beso, que posteriormente se convertirían en obras independientes. La iconografía de La puerta del infierno se basa en la Divina comedia de Dante y en Las flores del mal de Baudelaire, aunque de las verdaderas intenciones de Rodin aún se discute hoy en día. El escultor francés recibió el encargo en 1880, trabajó en él durante años y dejó la obra inacabada a su muerte, en 1917. Lo cual, por otro lado, no deja de tener su qué: tratándose de las puertas del infierno, ¿quién no podía esperar un pequeño retraso en la entrega de apenas treinta y siete años?
10. Lucifer (Jackson Pollock, 1947)
En realidad, Pollock le puso Lucifer al cuadro como le podría haber puesto Roberto, pero lo que importa es que la obra es una de las primeras que se atreven a dar un paso más allá de las vanguardias de principios del siglo xx, llevando el concepto demoníaco del arte deforme allí donde ningún hombre se había aventurado jamás. Porque antes de que este cuadro de Pollock viera la luz del día, los artistas de las vanguardias ya habían logrado convencer a las élites del mundo del arte de que lo feo es bello (según esos petardos, el concepto de belleza es una imposición burguesa). Lo cual dejaba a los vanguardistas en el punto de partida del arte clásico: sea por las razones que sea, lo «bello aunque feo» es bello y lo feo sigue siendo feo. Solo que a raíz de las vanguardias, lo feo lo es a mucha honra. Aun así, antes de 1947 y para pintar algo «feo», los artistas de las vanguardias todavía necesitaban saber cómo se agarraba un pincel. Después de Lucifer, ni siquiera eso: se agujerea una lata de pintura y se la balancea por encima del lienzo como si fuera un botafumeiro. Y andando, que es gerundio. Si eso no es puro Satán que venga Dios y lo vea. Luego llegarían Warhol y Lichtenstein y eso ya sería el acabose del principiose del arte como pasto de la sección de pósteres del Carrefour. Y hasta ahora.