El MOMA, ¿la pinacoteca de la CIA?
Obras de Pollock y de De Kooning en el MOMA.
La guerra es una cosa muy chunga. Ahora que me he quedado filosóficamente extenuado tras esta reflexión, puedo seguir. Sabemos que no hay nada, por cruel que parezca, a lo que un bando vaya a renunciar con tal de ganar. Aunque hay límites que no hay que pasar, la CIA lo ha hecho en muchas ocasiones. Pero la más curiosa es que recurrió incluso al arte moderno -sin importarle las consecuencias- para derrotar a la Unión Soviética.
A finales de los años 70 el público americano conoció la existencia de laOperación Monckingbird para controlar la prensa americana. Tras captar para la compañía al mítico editor del Washington Post Don Graham, la agencia fue fichando colaboradores en los principales medios (desde el New York Times a la CBS, pasando por Newskweek, AP, Reuters, Time, NBC o Herald Tribune). Desde su creación hasta mediados de los 70, docenas de medios y unos 400 profesionales colaboraban directamente con la Compañía, según Carl Bernstein.El asunto fue tan peliagudo que incluso en el informe final del Comité Church (1975), sobre las actividades de la CIA, apenas dedicó diez de sus más de 600 páginas a tratar el tema.
Pero lo más extraño, y sobre lo que se sabía aún menos, es de cómo se infiltró en el mundo de la cultura, donde abundaban los izquierdosos y era bastante más difícil obtener colaboración. Por eso se hizo de manera encubierta y, en la mayoría de los casos, sin que los implicados se dieran cuenta. La verdad, no deja de tener gracia que sin la agencia la historia del arte de posguerra sería otra.
A principios de los 50, a través de la International Organisation Division, la CIA decidió cerrarle la boca a los soviéticos, que decían que el sistema capitalista agonizaba, y la prueba era que era incapaz de aportar nada nuevo al mundo del arte. Así que decidieron apoyar el trabajo de autores como George Orwell (financiando entre bambalinas la versión de dibujos animados de Rebelión en la Granja), la giras de la Boston Symphony Orchestra, músicos de jazz...
Pero el arte abstracto, entonces en mantillas, era una perita en dulce: una visión totalmente revolucionaria de la creación artística con la que callar definitivamente a los rusos. La idea era un tanto arriesgada. En 1947, el departamento de Estado había patrocinado la exposición Advancing American Art, tan avanzada que al presidente Truman le subieron las dioptrías cuando fue a verla. Las críticas fueron tales que hubo que cancelarla. Así que la CIA decidió que cuanto menos se viera la mano del gobierno, mejor.
París seguía manteniendo su título de capital del arte mundial, por lo que se decidió apostar por autores americanos que podrían trasladar la supremacía al otro lado del Atlántico. Pintores como Jackson Pollock, Willem de Kooning o Robert Motherwell se convirtieron en objetivos. Había que promocionarlos a toda costa. Para eso, y usando testaferros, se fundaron revistas como Partisan Review, New Leader, Encounter en las que la izquierda democrática (la mayoría, comunistas rebotados con Stalin) pudiera explayarse a gusto. Eso sí, sin tocar mucho las narices. Con la barriga llena, los revolucionarios son más fáciles de torear.
La típica foto de la entrada de la CIA que todo el mundo pone en su blog.
Pero la pieza central de la operación fue el Congress for Cultural Freedom (CCF) que James Petra llegó a definir como "la OTAN de los artistas", por servir de punto de encuentro entre los modernos de la época de ambos lados del Atlántico. De este modo llegaron incluso a autores como Jean Paul Sartre. También sirvió para evitar que otros como Pablo Neruda lograran el reconocimiento debido.
Así fue cómo se organizaron en los 50 exposiciones (The New American Painting, Modern Art in USA...) que permitieron al expresionismo abstracto destacar, algunas de las cuales giraron por varios países beneficiarios del Plan Marshall. La ventaja de apostar por el arte es que daba menos complicaciones, ya que por muy radical que fuera el pintor, no había dos personas que interpretaran lo mismo, así que su mensaje presuntamente revolucionario y transformador era bastante manejable. Es como la catalítica, que calienta pero no quema.
Una pieza fundamental del entramado fue, curiosamente, el Museum of Modern Art (MOMA) de Nueva York, dirigido por Nelson Rockefeller (un eterno colaborador de la CIA). Fue él quien bautizó el expresionismo abstracto como "la pintura de la libre empresa" y colaboró con el CCF en todo lo que pudo. Junto al insigne millonario, se sentaban en el consejo del museo William Paley (presidente de CBS y miembro fundador de la CIA) o Tom Braden (periodista y primer responsable de la International Organisation Division).
Una anécdota muy reveladora es que cuando The New American Painting se exhibió en París (1958), la Tate Gallery mostró su interés por acogerla, pero tras la guerra no les quedaba ni un chelín. Así que el dinero llegó, de manera altruista, del millonario mecenas Julius Fleischmann, quien lo obtuvo directamente de la CIA.
Para que luego digan que las conspiranoicos no se lo curran.
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